viernes, 6 de agosto de 2010

Devolviendo un poco.


Introducción.

Pescador desde que tiene uso de razón e hijo de pescadores, Faustino Pedro Altamirano me contó una tarde sobre una de aquellas anécdotas que te pintan una imagen visual a la par del avance del relato. En este caso, una anécdota de cuando él era joven y acompañaba a su padre en su labor diaria: la pesca.

Una mañana húmeda como tantas a la orilla del río Paraná, partió el bote de los Altamirano hacia la isla que se encuentra frente a la ciudad de Rosario, a hacer lo que estaban acostumbrados a hacer, ‘pescar para parar la olla’ como ellos dicen. Son una familia constituida por cinco hermanos, padre y madre. Viven en la zona Norte de la ciudad y tienen por vecino nada menos que al río Paraná.

Esa tarde el viaje comenzó como siempre, a remo. En esa época no había motores tales como hay ahora, o por lo menos estaban prohibidos por el ministerio de agricultura y pesca y, más que nada, por el bolsillo. El aroma del río ese día era diferente al de todos los días, Faustino sentía que había algo distinto. El trayecto era siempre el mismo, hasta la mitad del río remaba José, y luego de la mitad hacia adelante lo hacía Faustino mientras su papá preparaba las redes para poder trabajar. Cuando José estaba terminando de recoger las redes, le comentó a su hijo que había notado algo raro en el aroma del río pero Faustino distraído no le prestó mucha atención a esto.

Desde que él tiene memoria, siempre se vio rodeado de pares tal cual era él, andando por el mar todos juntos, comiendo de lo mismo y navegando siempre en contra de la corriente. Un día como cualquier otro, la misma rutina, la misma comida, un remolino muy grande dispersó a todos. Sólo zumbidos, tierra por todos lados y él ciego, sin nada para ver y para colmo, solo y asustado. No podía ver a nadie que lo guíe en el camino. Sólo remolinos que lo llevaban de un lugar a otro. Fuerte como siempre, él resistió hasta que no pudo luchar más con las embestidas de las corrientes y se dejó llevar. Perdió el conocimiento y de un momento a otro, como si hubiese despertado de un sueño, el agua se comenzó a aclarar, pero lo que más lo inquietaba era el no poder encontrar a ningún par del cardumen con el que venía compartiendo el trayecto.

Llegaron al lugar indicado donde José decía que había pescado en una oportunidad un dorado de 15 kilos. Prepararon las redes y las arrojaron al río. Como era de costumbre, José y Faustino mataban el tiempo tomando unos amargos que cebaba José con mucho empeño y precaución de no mojar más allá de la bombilla, ya que si esto pasaba con uno de sus mates, se molestaba y dejaba de tomar. Además de los mates, ellos jugaban al truco, juego nacional se podría decir en argentina y entre pescadores más todavía. A medida que iba transcurriendo el día, levantaban las redes y la cosecha no era de la mejor. Tampoco es que un día de mala cosecha iba a arruinar la calidad de los Altamirano ni mucho menos, sólo que llamaba la atención la baja cantidad de pescados de ese día. Entre tanto desencanto, se terminaron las partidas de truco y seguido de esto, el mate con gusto a río. De más no está decir, que hasta el día de hoy los pescadores del río Paraná toman su mate con agua extraída del río directamente. Entonces, para pasar el tiempo, Faustino encarnó con pan y leche como le había enseñado un amigo de la pesca.

El salmón navegó casi a ojos ciegos por muchos lugares pero decidió que esta vez, al contrario de lo que acostumbraba, navegaría a favor de la corriente en busca de algún cardumen de su especie. Alimentándose de algas nunca antes vistas por él, con un gusto diferente, el ambiente tenía otro aspecto, otros olores y por sobre todo tenía un ancho determinado. Este lugar por el que estaba él navegando, no era el que acostumbraba, sino que era un río. Fue dándose cuenta porque en un momento vio a varios especímenes que pertenecían a este lugar, y como le habían dicho en varias oportunidades, todo río termina en un mar; y hacia ahí él se dirigía.

Siempre soñó con pescar un Dorado de más de 15 kilos porque creía que eso lo haría un mejor pescador. Mientras miraba como el sol se ponía en el centro del cielo mientras dormitaba, ‘picó, picó’, le dijo José. Este se levantó tan rápido como pudo, pensando en ese dorado de más de 15 kilos. Cuando puso la atención en la caña, ‘sólo era un pequeño pique’, le dijo a su padre. Casi sin prestarle atención al pique, lo sacó del río el anzuelo y ahí fue cuando vio algo que nunca había visto; una especie de pez que no había visto jamás. Por un momento se imaginó mostrándoselo a todos sus amigos, como un trofeo, pero en cuanto posó la mirada sobre la cara de su padre, supo que había algo especial en ese pez.

Mientras navegaba por el río, ahora que ya sabía por dónde iba, buscaba como alimentarse y observaba asombrado las tremendas diferencias que había con el mar. Mientras pensaba en lo incierto que era su destino, de repente le llamo la atención un aroma muy particular que casi hipnotizó todos sus sentidos; una especie de alga muy mullida esperaba ser comida por él. Mientras saciaba su hambre sintió que quedó atrapado; algo se había hincado levemente en su boca. Intentó moverse para poder zafar, pero sintió que con su desesperación sólo empeoraba la situación. De repente, lo más doloroso… un terrible tirón lo dejo en otro plano.


A medida que él miraba al pez, la cara de José se transformaba cada vez más. Le dijo que era un pez de mar, muy rara vez visto en el río Paraná, y más por esta zona del río; era un Salmón. Mediano él, José le dijo que si lo colgaba durante un día, se pondría rosado y tendría un gusto especial; era el pescado que comía la gente de la alta sociedad. Sintió una ternura especial por ese pez, si hubiese tenido una cámara de fotos hubiese sacado varias. Cuando miró al pez, sintió que lo debía devolver al río. Su padre inmediatamente le vio la intención y le dijo que era una decisión personal, que si lo llevaba iba a tener la envidia de todos los compañeros durante mucho tiempo. Lo pensó un minuto y sin decir nada lo devolvió al río. José solamente sonrió. En ese momento, recordó que su padre le había dicho en una oportunidad que al río no siempre hay que quitarle, si no que por el contrario algunas veces hay que darle.

Moviéndose como nunca lo hubiese imaginado, intentaba zafar se de lo que lo sostenía con una rudeza importante, hasta que en un momento, le quitaron el anzuelo. Sintió alivio, y lo devolvieron al agua. Tardó más que un rato en volver a recuperar sus fuerzas, pero pronto siguió su camino a favor de la corriente como lo había planeado. Pero a partir de ese momento, sólo comería las algas que le parecieran familiares. Había aprendido que no todos los seres humanos eran como decían y que no solo se pescaba con redes…

Cuando volvían no hubo mucha charla, tampoco chistes ni mates. Sólo volvían los dos sonrientes tanto por fuera como por dentro. Probablemente nadie creería que habían sacado del río un salmón, y menos que lo había devuelto.

FIN.


Gerardo Giri.

4 comentarios:

  1. Grande Gerardo!! Felicitaciones. Un cuento con una experiencia de vida, con códigos que se respetan y hace mantener los principios de un hombre de bién.Cosa que suma, en una vida para vivir en paz con uno mismo.

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  2. está bueno...varios errores de ortografía, pero el concepto del relato safa.

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  3. Me encantó! Quedó muy bueno; muy buen trabajo! Me encantó la idea de intrelazar el relato desde la perspectiva del salmón y la de Faustino.

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  4. Gerardo: leeré este relato, en mi espacio de radio, siempre que me lo permitas.
    Un saludo

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